samedi 20 mai 2017
NO SE PUEDE QUERER A LA KARINA...
NO SE PUEDE QUERER
A LA KARINA
La Karina fue la última criada de Augusto Roa Bastos, el genial escritor paraguayo cuya extraña textualidad rebasa los habituales límites del texto, y le hace franquear todos los umbrales posibles al lector, hasta que desemboque en lo que están leyendo: un texto derivado del suyo, un exotexto roabastiano…
Un día, la vi de cerca a la Karina, fue el seis de septiembre de 2000 cuando Augusto me dio el inmenso placer y honor de recibirme en su piso de Las Carmelitas, con mi amigo fotógrafo de Santiago del Estero: Jorge Juan.
Al comienzo, habida cuenta de su edad y de su estado de salud precario, su secretario y psiquiatra: Alejandro Maciel, nos concedió media horita nomás, pero el Carpincho del Tevikuary, muy lúcido aún, y muy a gusto con nosotros, nos otorgó tres horas de su contado tiempo, que pasaron volando…
El mismo lo hubiera calificado a ese tiempo relativo -al cual Einstein le dio sus conceptos- totalmente elástico del goce de una charla con un Geniazo completo de: “Momento mágico sin tiempo…”
Y lo fue realmente, hablamos de muchísimos temas aún candentes en esa época: la dictadura de Stroessner, el exilio, el guaraní y el bilingüismo, Las culturas condenadas, etc
Pero volvamos a lo de la Karina: Ella nos abrió la puerta, era alta y blanca, parecía geisha, procedía de La Colmena en Paraguari, la mayor colonia japonesa en Paraguay, y sus antepasados habían llegado desde el País del Sol Levante un poco antes de la segunda guerra mundial…
No sólo era alta y blanca, era una Diosa, realmente Preciosa, que me dejó medio paralizado en el umbral de la puerta de don Augusto…
La rocé para entrar porque no se corrió del todo, era espectacular esa mina oriental, tan refinada y secreta…
Desprendía una secreta fragancia de violetas, jazmín y crisantemos, que me recordó desde luego a mi querido Pierre Loti…
Don Augusto la amó como una hija, fue el último amor suyo que renovó su vejez y le dio fuerzas de seguir adelante pese al peso de los años…
Pero la muñeca era de esas que no vienen infladas sino que se desinflan en cuanto escuchan el roce de los dólares en su mano; había encontrado los fajos en un maletín, dicen que eran del Premio Cervantes de 1990 y que Roa los guardaba porque no confiaba en los bancos…
De a poco lo fue sacando, se compró un 4X4 flamante por nuevito, dos casas se sacó también y miles de dólares de ahorros que nunca habría alcanzado sólo con su sueldito…
Así es la vida, hay gente que se desvive por escribir una obra magistral, y alimañas como la Karina muy caína, que se las apañan para sacarles el fruto de su trabajo...
Pero no le bastó a la muy malvada con sacarle el dinerillo, todos los fines de semana se iba y lo dejaba solito encerrado en su piso, a veces con la nevera vacía y sin sus remedios…
Pareciera que quisiera que desapareciera la víctima del delito: ¿sin víctima quién podría demostrar que pasó algo…?
Roa vivía solito, había vuelto al Paraguay en 1990, después de un doble exilio, a Argentina primero y luego a Francia, y en ambos casos había sido muy exitosa su vida intelectual…
Su vida afectiva también, cada país le dio una esposa diferente con sus debidos hijos…
En Paraguay estuvo hasta la revolución del 47 con Ana Lidia Mascheroni, y luego vivieron exiliados en Martínez, cerca de Buenos Aires, donde le dio tres hijos…
En Argentina se juntó con Amelia Nassi, la que lo ayudó a pegar textos en su desaparecido manuscrito hipertextual de Yo, el Supremo, y le dio descendencia argentina…
Y a partir de 1976, en Francia, la temible Iris Giménez - que le dio descendencia gala - lo tuvo entre sus garras hasta que decidió desprenderse de la fiera y volver a su querido Paraguay…
Con cada una tuvo sus momentos de dicha y de desdicha, la última, la francesa de origen español lo quería matar porque enamoraba a sus alumnas, con su natural encanto y su prestigio internacional – las mujeres, en especial las jóvenes, son muy adictas al poder de los hombres, les fascina, aunque lo nieguen- pero ninguna se atrevió a hurtarlo y engañarlo como la maldita Karina, como la Caína de La Colmena…
Al morirse, el 26 de abril de 2005, tres días después de la fecha prevista – la de su Maestro Cervantes desde luego- cuando se tiró del entresuelo por soledad y falta de amor, Ella, lo encontró ahí por la mañana, y se dirigió directo al maletín…
Con sus garras blancas y refinadas de geisha, sacó con máximo goce los últimos guaraníes y se los puso en el bolsillo; con esos - se dijo: « Me pago la piscina y se mueren de la envidia todos los vecinos… »
Maldita mujer, te metieron presa muchos años en la cárcel de mujeres de Asunción, y cuando pasaba por ahí en auto, siempre me llamaba la atención que don Roa estuviera justito enfrente, en La Recoleta, y que allende la vida, te siguiera observando, y quizás amando…
Porque sabido es que el sexo débil somos nosotros los hombres, y que ni los feministas en masculino se salvan del temible poder de algunas mujeres…
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