dimanche 18 octobre 2009

"Memorias de un muerto, el viaje sin retorno de Amado Bonpland", Eric Courthès, postfacio de Julio Rafael Contreras Roqué



Dibujos de Jorge Sánchez en http://jorgeasanchez.blogspot.com/














POSTFACIO



¡Vaya tarea difícil la que puede tocar a quien se proponga escribir un postfacio que seguramente y en razón de esa calificación ni siquiera aparece en el Diccionario de la Lengua! Terminada una lectura, saciados ya en nuestras expectativas o anhelantes de que no acabara por el placer que de ella deriva, solemos permanecer en silencio reflexivo, interiorizando vivencias, pensamientos, incorporando caudales de vida extrabiológica de las que no dispuso como potencialidad, primate alguno que no fuera el ser humano letrado, en ese pequeño espacio inmenso de tres milenios o poco más, en la historia megamillonaria en años de la vida terrestre. Un buen libro es un suplemento vital inesperado y –a veces– hasta inmerecido que nos depara el destino al tomar contacto –a un contacto íntimo y real nos referimos– con su texto. Y a ese buen libro nos lo puso en las manos Eric, a quien bien podemos definir como él lo hace con el inolvidable Howard P. Lovecraft: “Maître s’il en est des prosopopées”. Es así, pues sus Memoires d’un mort”, abarcan muchos campos: biográfico, historiográfico, novelístico, pero se consolidan definitivamente en el de la prosopopeya, en una convocatoria de sombras y realidades, de espectros y fantasmas de los que fueron y no fueron, en el ámbito de un ayer al que el talento de Eric transforma en un ahora apasionante.
Por una especie de ley de atracción de los opuestos que contribuye a desencadenar aquellas afinidades electivas de Goethe, ni bien nos conocimos con Eric trabamos un intenso nexo amistoso. No sólo amistad: participación en un mismo mundo de intereses. Él es especialista en literatura, creador de ficciones, virtuoso manejador de la palabra; nosotros venimos del campo de la biología y de la historia de la ciencia, encerrados por el rigor metodológico de las ciencias de la vida y por la fidelidad documental que exige la historiografía. El primer nexo compartido fue el interés por Aimé Bonpland, cada uno parado en su campo y con su óptica, pero ambos volcados sobre un mismo objeto epistémico: el rochelés que devino sudamericano –más precisamente– habitante ideal de la gran patria guaranítica rioplatense, desde el Uruguay hasta el Pantanal, ese tema del que no se habla porque revuelve hondas frustraciones y antagoniza con nacionalismos y hegemonías peligrosos, de la que Bonpland fue agente activo en los intentos de construirla desde el centro libertador de Corrientes, luchando contra la más cruel tiranía que azotara al Río de la Plata.
Recorrimos con emocionado afecto y curiosidad cada página de la obra de Eric y, poco a poco, nos despojamos del realismo para entrar en esa densa trama de su estilo de narrador-compilador-apuntador de notas de rica precisión o con novedoso detalle. Además es un hábil introductor en el escenario de personajes con contornos de ficción, los cuales, aunque no fueran portadores de realidad histórica, eso sí, están dotados de la entidad necesaria para el relato de ese Bonpland resucitado, que se expresa a veces como narrador preciso, otras con sentencias breves, creando pausas casi oníricas en el texto.
Un postfacio debe ser necesariamente breve, más todavía cuando sigue a un buen libro, por eso sólo queremos dar paso a una nueva convocatoria de sombras como la que hace Eric en su obra. Pero ésta ya es doblemente póstuma. ¿Dónde? ¿En el Père La Chaise de París? ¿En el Cementerio de la Rochelle, a la que nunca retornó?¿En las Recoletas de Asunción y de Buenos Aires? Es decir, en las patrias que tanto amó, o mejor aún, en el humilde y olvidado túmulo-monumento cercano a Paso de Los Libres, al que restauraron el empeño de la gran botánica tucumana Alicia Lourteig y la vocación del joven artista libreño, Jorge Sánchez, otros enamorados bonplandianos.
Responden a nuestra convocatoria multitud de sombras, las de seres reales y las hijas de la ficción. Hay muchas mujeres, asociadas a ese hombre solitario, reconcentrado en sí mismo, dromomaníaco y sumido siempre en cautelosos manejos conspirativos. Están también todas las demás sombras: las hogareñas, las juveniles, las presas del imborrable espanto del Terror, está el joven Bichat –su condiscípulo– caído en el más allá tan temprana como tardíamente lo hizo Bonpland. Todos en estratos, apareciendo sucesivamente como en la imagen de los palimpsestos de De Quincey: los personajes de la América equinoccial del primer viaje y los del hirviente y conspirativo Londres de 1815-1817, con la pausa de la Malmaison de por medio, y después las de la radicación definitiva en las tierras solsticiales del sur americano. Primero avanzan las mujeres, tantas en la vida de ese hombre de intenso trato con todos los estratos de la sociedad, pleno su sendero de amours éphémères. Están las imperiales –Josefina y su hija y las del séquito cortesano– Amelia que fue su esposa, la de Emma su hijastra, luego las reales y las legendarias: Mariana Perichón, Rafaela Enciso, María Chiviré –la india guaraní, al igual que Regina Payá, perdidas en el Paraguay, si es que fueron reales– Victoriana Cristaldo, Carmencita Bonpland, Elisa Lynch; más todas las anónimas, amantes, amigas, pacientes, parturientas por las que hacía, siendo ya septuagenario seis o siete leguas a caballo para atenderlas como médico. Tras ellas multitud de hombres, indios, aristócratas, funcionarios, soldados, marineros, Rivadavia, Pazos Kanki, Blanco White, Andrés Bello, De Angelis, Sarratea, el general Paz, Carlos Antonio López, Rivera, Avé Lallement (su último visitante), el padre Gay, Arsène Isabelle… y tras ellos Alejandro de Humboldt, casi su mitad vital y espiritual… Todos ellos se asoman o pretenden hacerlo por la ventana inesperada que abrió Eric, son demasiado y la negrura emana ráfagas que los arrastran, dispersan, los aventan y los devoran hasta que un nuevo conquistador de espacios se atreva y sea capaz de convocarlos nuevamente desde el misterio insondable. ¿Pasarán años o siglos para ello? No podemos responder. Pero, en tanto nos quedan en las manos y ante los ojos estas Memorias inolvidables que debemos agradecer a Eric.


Julio Rafael Contreras Roqué

1 commentaire:

KuruPicho a dit…

El Bonpland de Pilar!