mardi 31 mai 2011

"Maryse Renaud, "El cuaderno granate"", Buenos Aires, Corregidor, 2009, Cécile Quintana


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3 | 2010 : La Mémoire et ses représentations esthétiques en Amérique latine /2
Comptes-rendus
Maryse Renaud, El cuaderno granate
Buenos Aires, Corregidor, 2009
Cécile Quintana
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Maryse Renaud, El cuaderno granate, Buenos Aires, Corregidor, 2009
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1Hablemos de forma : la preterición es una de esas figuras estilísticas engañosas en cuya trampa cae el lector u oyente más avezado por tener que escuchar algo que supuestamente el locutor pretende callar o pasar por alto : « si me atreviera, te diría, dejémonos ganar por las suaves exhalaciones de la violeta » (p. 41). Esta preterición la usa con tiento el personaje de Clarysse en la novela El cuaderno granate, para tratar de llevar a su cuñada Emma por el sosegado camino de la reconciliación después de no verla durante dos años. En la literatura francesa, otros ejemplos ilustres han inmortalizado esta figura retórica. Con Víctor Hugo, el arte de la preterición hecha poesía se cifra en el ritmo eterno de los alejandrinos para celebrar el cuarto aniversario de la muerte de su hija Léopoldine : Je ne regarderai ni l’or du soir qui tombe / Ni les voiles au loin descendant vers Harfleur (« Demain, dès l’aube »). Hasta ahí llega la comparación, porque en el caso de Maryse Renaud el recurso a la preterición no define una mera opción estética ni se limita a producir un efecto falsamente disyuntivo a la superficie del texto sino que le da sentido a la misma estructura de la novela y construcción psicológica de los personajes.

2El cuaderno granate libera una palabra bajo el modo de la preterición, al contar lo que « Miguel le diría a su madre Clarysse si se atreviera ». Esta palabra silenciada por más de cuarenta años la materializa un cuaderno donde Miguel ha ido atesorando sus secretos y recuerdos infantiles. Antes de exiliarse al Caribe sin previo aviso, se lo entrega a su madre para que descubra a solas el contenido de las páginas granates. Al suplir la lectura un acto oral de comunicación imposible, la madre se ve obligada a escuchar la voz de su hijo liberada desde la distancia, que parece decirle : « si me atreviera, te diría… ». Ahora, el potencial de la hipótesis (si me atreviera) se ve negado en el mismo acto de la enunciación ya que el atrevimiento se hace efectivo a través de una serie de cruentas revelaciones. Es más, el potencial (si me atreviera) se hace presente (me atrevo) en el acto de lectura asumido por la madre, como si ella fuera quien en definitiva actualizara el contenido de los secretos. Al enterarse, leyendo, de las frustraciones y rencores pasados de Miguel, la madre se hace plenamente responsable de lo que va descubriendo, como si Miguel no se implicara en la revelación de sus secretos. Así es como se construye un modo de enunciación pretericional en que Miguel habla sin hablar, haciendo uso perverso de la voz/mirada lectora de su madre.

3El cuaderno propone un retrato in absentia de Miguel, revelando los vericuetos de su infancia y su paradójica relación con el padre. Desde niño, sufre la tácita regla de los antiguos Barca, según la cual un hijo ha de obedecer y someterse ciegamente a la autoridad del padre. El casual juego de aliteraciones finales remata la semejanza entre Edgar / Miguel y Amílcar / Aníbal. Al igual que Aníbal, Miguel sufre la tiranía paterna, hasta dejar que su padre escoja por él su carrera de abogado. En su empecinada empresa de amoldamiento, Edgar, como excelente narrador de cuentos, se vale precisa y declaradamente de la historia de los héroes barcidas como figuras masculinas edificantes, alabando las cualidades guerreras del púnico vengativo y cruel. El día en que Miguel descubre por su cuenta que Aníbal perdió un ojo en el valle fangoso del Arno, el mito del cartaginés invencible se resquebraja así como el del padre. A partir de la consabida imagen del « jefe tuerto montado en el elefante gétulo » (p. 75), Miguel toma conciencia de lo salvaje e injusto de la guerra que contradice el tono hiperbólico de Edgar, centrado en lo épico y ejemplar de la lucha de los Barca. El trauma psicológico que provoca en el niño el descubrimiento aparentemente insignificante del ojo tuerto, es novelado con una atinada mesura que recuerda la escena más impactante de la película Sonate d’automne de Ingmar Bergman. En esta obra cinematográfica, la hora de la verdad se cifra en unos reproches formulados por una hija ya adulta a su madre, a quien le recuerda aparentes nimiedades que de niña ella sufrió como crueles injusticias. El director de cine tanto como Maryse Renaud captan con tino y delicadeza esta sensible mirada infantil desajustada que Miguel expresa con una pregunta : « ¿ Por qué tratan los padres a los hijos que más dicen querer de modo tan cruel ? » (p. 76). El desfase resulta aún más perturbador cuando el acto adulto que los hijos interpretan como una posible prueba de desamor es pensado en nombre del supuesto bien de los mismos. A raíz de la terrible verdad ocultada por el padre, no sólo Miguel pierde su admiración por Edgar sino que va construyendo su propia imagen de Aníbal, cuyas virtudes contradicen las alabadas por el padre. En efecto, Miguel esboza a un Aníbal bondadoso y pacífico que tampoco estuviera hecho a imagen y semejanza de Amílcar, nutrido por un eterno sentimiento de odio hacia los romanos. Aníbal deja de ser el héroe épico invencible movido por una insaciable necesidad de venganza. Esta nueva imagen de Aníbal, con la cual acaba identificándose Miguel, sustenta las perspectivas de liberación de las tiránicas ataduras paternas. A partir de ahí, Miguel decide dejar de cumplir con sus obligaciones de hijo obediente. Si Aníbal muere por defender hasta el final la causa vengativa del padre, Miguel se propone, aunque tarde y ya muerto Edgar, desafiar la inquebrantable ley de la obediencia. Su exilio momentáneo al Caribe y la entrega del cuaderno a su madre traducen esta voluntad de ruptura. Renuncia a la abogacía y proyecta vivir en México con su pareja, la supuesta medio hermana de su padre Edgar, o sea, su tía Emma. Pero el cuaderno sirve también para enfrentar el peso del silencio impuesto por los secretos familiares cargados de vergüenza y culpa. En realidad Emma ha sido adoptada por el abuelo paterno sin que tuviera ningún vínculo de sangre con él. De modo que el supuesto del incesto entre Miguel y Emma se viene abajo. A los cuarenta años, Miguel decide asumir el camino de su propia vida, apartándose definitivamente de la sombra paterna. Al igual que el Aníbal surgido de su imaginación y edificado en contra del retrato idealizado por Edgar, Miguel opta por la paz. Se reconcilia con su madre borrando sus rencores y apostando por una felicidad familiar compartida. Desde este punto de vista, el final feliz de la novela es totalmente congruente pues corresponde a la trayectoria psicológica del personaje masculino : Miguel ha logrado al fin ser el Aníbal que soñó. Y ésa es su mayor revancha.

4Si bien Miguel no desempeña el papel de ningún guerrero épico, sí ha triunfado en un combate que Aníbal nunca pudo ganar : el que lo enfrentó toda su vida a un padre tiránico, quien le impuso luchar con los romanos hasta la muerte, por un inviolable juramento infantil. En este tipo de combate psicológico triunfa al fin la palabra liberada. La entrega del cuaderno no sólo libera la palabra de un hijo, sino también la palabra ajena, la de Emma y Clarysse, asfixiada por el jefe de la tribu. Este acto de liberación necesario lo formula Miguel al final de la novela, ahora sí sin ningún tipo de circunloquio o preterición. Cara a cara y en un asumido modo imperativo, le intima a su madre : « Todos podemos, debemos liberarnos…» (p. 68) Esta necesidad de romper el silencio resume el combate psicológico de otro gran héroe literario en margen de los códigos épicos : el Alexis de Marguerite Yourcenar en Alexis ou le Traité du Vain Combat. También Alexis logra quebrar la ley del silencio impuesta por una sociedad conservadora, confesándole a su mujer, en una inspirada carta llena de pudor y tierna consideración, la causa de su doloroso desamor : su imposibilidad, a pesar de sus continuos y obstinados esfuerzos, por amar a una mujer. El enfoque del título Alexis ou le Traité du Vain Combat propone una lectura de este fracasado intento por ir en contra de sus pulsiones. Le vain combat alude a ese imposible combate contra sí mismo. Pero en los dos casos, Alexis y Miguel triunfan porque se dejan llevar por la verdad de lo que son, o al menos, de lo que deciden ser, plena y libremente. Lo logran desafiando la terrífica ley del silencio asociada para Alexis a una falta, o sea, a una negación de sí : Il est terrible que le silence puisse être une faute ; c’est la plus grave de mes fautes, mais enfin, je l’ai commise (Marguerite Yourcenar, Alexis ou le traité du Vain Combat, Paris, Ed. Gallimard, p. 29, 1971 ; 1° édition 1929.

5No cabe duda de que esa difícil y caótica trayectoria de la verdad que revela al propio ser es relatada en El cuaderno granate con un profundo y sincero trabajo literario sobre lo íntimo. Una intimidad que ni tiene que ver con empalagosas confesiones egocéntricas ni con una supuesta sensibilidad femenina, sino con un auténtico talento por revelar y alcanzar los secretos del alma, tras las huellas de Marguerite Yourcenar, tan fascinada como Maryse Renaud por las grandes figuras de la Antigüedad, valga como ejemplo la que ocupa su novela Mémoires d’Hadrien.

6Si me atreviera, les diría « déjense ganar, no por la fragancia de la violeta, sino por el fragor de esta epicidad íntima ».
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Cécile Quintana, « Maryse Renaud, El cuaderno granate », Amerika [En ligne], 3 | 2010, mis en ligne le 06 décembre 2010, Consulté le 31 mai 2011. URL : http://amerika.revues.org/1662
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Cécile Quintana

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