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jeudi 16 juillet 2015

EL DOLOR DE LA MADUREZ EN DOS DIARIOS DE GOMBROWICZ Y BIOY CASARES, ÉRIC COURTHES

EL DOLOR DE LA MADUREZ EN DOS DIARIOS DE GOMBROWICZ Y BIOY CASARES
''La escritura es una descarga del sufrimiento.'' Scholastique Mukasanga I) WITOLD GOMBROWICZ: EL MADURO INCOMPLETO Witold Gombrowicz nació en 1904, en Maloszyce, cerca de Kielce1, a mitad de camino entre Varsovia y Cracovia, en Polonia, y murió en 1969, en Vence, cerca de Niza, en Francia. Empero, si bien ya se había dado a conocer en su país antes de su salida a Argentina, con la iconoclasta ''novela'' Ferdydurke2, en 1937, y si terminó su carrera literaria en Francia, ya reconocido universalmente, pasó 24 años de su corta vida en Argentina, donde quedó en el recuerdo de todos como el hombre que quiso matar a Borges3. En efecto, se negó a frecuentar los salones de las Ocampo, y en lugar de halagar a los grandes autores locales, como Borges y Bioy Casares, se pasó la vida criticando su dependencia intelectual respecto de Europa y pues, su falta de argentinidad. Aunque parezca paradójico, un polaco ilustre, aristócrata y rebelde, se metió con el pueblo callejero y trasnochero del Retiro en Buenos Aires, con jóvenes intelectuales desconocidos en Tandil donde vivió, y en Santiago del Estero4 donde pasó unos meses, y sacó más observaciones válidas sobre la Argentina5, que cualquiera de sus mayores pensadores. Según Juan José Saer, el Geniazo del Paraná: ''el tema witoldiano por excelencia, la inmadurez, lo inacabado que él atribuía a la cultura polaca, venía siendo de un modo inequívoco, desde los años veinte, la preocupación esencial de los intelectuales argentinos6.'' Por lo tanto, al enterarse don Witold de que los críticos argentinos ni lo entendían al respecto, y sólo notaban de él su aspecto irreverente y prepotente, se puso a practicar metadiscursos críticos a fines pedagógicos, tenemos una muy buena muestra de ello, al comienzo del Diario argentino7: '' En Ferdydurke están en pugna dos amores y dos tendencias; una hacia la madurez y otra hacia la inmadurez eternamente rejuvenecedora... el libro es la imagen de alguien que, enamorado de la inmadurez, pugna por la madurez. Mas era evidente que no lograba sobreponerme a ese amor ni civilizarlo, y él, agreste, ilegal, secreto, me devastaba igual que antes, como una fuerza prohibida. Y... ¡ qué impotencia la del verbo frente a la vida.'' El Diario argentino fue publicado post mortem, en 1967, 4 años después de que falleciera el Geniazo de los Cárpatos en Francia, pero cuenta las andanzas argentinas de don Witold entre 1939 y 1963, o sea que ese dolor interno, esa atracción fatal por los jóvenes, de ambos sexos8, lo devastó, para emplear sus propias palabras, durante muchísimo tiempo, hasta su muerte. Y podemos suponer que con la vejez, se puso más agudo, más inaguantable, el dolor, y que la conciencia que tenía de lo grotesco y patético de su personaje: un viejo baboso persiguiendo a jovencitos y jovencitas por todas partes, lo habría matado, de a poco... Es de notar en el Diario cómo se veía a sí mismo: un '' hombre enamorado de la inmadurez9'' -y no de los inmaduros- y recalcar que al admirar la juventud y sus encantos, su natural felicidad rayando con lo insolente, pese a ser un viejo10, nunca cae en lo grosero, en lo vulgar. Empero, ese '' amor agreste, ilegal, secreto'' lo iba devorando por dentro, le daba un sentimiento de rabia, de impotencia, de culpabilidad. Por ejemplo, en la plaza Sarmiento de Santiago del Estero, al ver pasear a parejas y grupos de jóvenes, nota en el diario: '' Miraba como si no tuviera derecho a hacerlo, como si estuviera espiándolos11.'' En el renglón anterior, nos da una idea más precisa de su ''hombre'', o sea de su personaje, dado que se pone en escena a sí mismo en el Diario: '' incompletamente maduro'', dice, esto es, un hombre incompleto, por ser '' degradado por la forma'', con su cuerpo deformado por la vejez, y no poder alcanzar las nuevas formas lindas, los nuevos modales de los jóvenes y sus cuerpos, tan opuestos al suyo, por quedar relegado, postergado, en una palabra: anticuado... Desde luego, ese dolor les parecerá a algunos oyentes de esta ponencia, de poco peso comparado con el dolor de los autóctonos, de los presos políticos, de los clandestinos, de los marginados de toda índole que pueblan la geografía política de América Latina, de ayer y de hoy. Sin embargo, ese Dolor cala muy hondo en la conciencia de uno de los mayores pensadores del siglo XX, y así lo hace Escritura -o sea Dolor del Dolor12 según lo rezado en el exergo de Scholastique Mukasanga. No obstante, no se olvida del dolor del otro, en especial del dolor del indio, de Santiago del Estero13. En efecto, al notar la sumisión de los jóvenes indios y mestizos de Santiago, rayando con el masoquismo, se pregunta si su '' cuerpo fácil'' ¿ será '' una herencia de la desnudez de las tribus que tan fácilmente sometían la espalda al azote14?'' y compaginando su angustia existencial con la historia, nos recuerda lo que decía el General Paz, en sus memorias: '' El General Paz describe en sus memorias cómo en los años cuarenta del siglo pasado [el XIX] el gobernador mandó que degollaran diariamente con un cuchillo a dos indios […] veía a menudo sus ojos cuando eran conducidos a la decapitación... El sadoquismo y el masoquismo todavía hoy se mueven, hablan en las calles... ese aire me envenena. ¡He aquí la perversidad de Santiago15!'' […] '' Esta demencia inaudible, este pecado inocente, estos ojos negros sumisos. ¡Quiero abrazar la demencia! Le salgo al paso... ¡ yo, a mi edad! ¡Catástrofe! ¡Pero qué, sino la edad, es la causa de que le tienda los brazos a la demencia... esperando que me resucite, tal como era, en toda mi sensualidad creadora! [...] ¡Maldito sea el cuerpo de ellos! ¡Maldito sea su cuerpo fácil! [...] -Es la venganza del indio16.'' El joven indio o mestizo, o el joven ''negro'' -como dicen algunos argentinos mal informados y sobre todo mal intencionados, que se creen totalmente blancos -se desquita con su cuerpo elástico de cobre, con su caminar sensual por la plaza, con el fondo de sus ojos blanquísimos, con su sonrisa, con sus dientes resplandecientes, con su música: la chacarera y el chamamé, con su bailar, con su ritmo, con su corazón, con su Humanidad sobre todo... Esa belleza natural le parece demente a don Witold, y lo hace caer en la demencia, pues le tiende los brazos, quiere abrazar esa locura joven, esperando que le devuelva parte de la suya, combate vano en verdad, que lo hace más patético al autor-personaje, y desencadena en el lector una serie de risas; he ahí, sin lugar a dudas, el verdadero secreto de una buena historia:'' Por eso con un grito de: '' ¡Hacia la juventud! ¡ En la juventud! ¡ A agarrarla, experimentarla. Destruir esta barrera de la edad!'', se lanzó una vez más en un ataque loco y envejecedor17'' En muchas partes del diario, el autor-personaje cobra aspectos totalmente burlescos e incluso quijotescos. En efecto, es de imaginar a ese conde polaco, casi sesentón, tratando de '' agarrar'' -con la mente se supone- a uno de los jovencitos o las jovencitas que iban paseando por la Plaza Sarmiento de Santiago. Habría asustado a más de uno, incluso si '' el negro'' joven del interior argentino suele tener buena onda, podemos suponer que ese Personaje totalmente literario y desfasado, tipo dandy de los Cárpatos, que de repente anduvo metido en la realidad santiagueña o tandileña, alguno roces con la gente del común habría provocado, y los hizo '' ficción''... Empero, al fin y al cabo, más allá del aspecto burlesco, lo que domina en este diario es el aspecto trágico, por el dolor inmenso de un hombre desarraigado de su propia cultura18, y totalmente desfasado con sus pares cincuentones, por sentir cierta incompletud fuera de la juventud, su fuente de inspiración pero también el origen de casi todos sus sufrimientos de solterón solitario, aislado del mundo, en sus peregrinaciones por la Argentina19 del interior de los años sesenta. II) ISIDORO VIDAL, DE ADOLFO BIOY CASARES: UN MADURO INCONFORME Adolfo Bioy Casares nació en Buenos Aires en 1914 y murió en la misma ciudad en 1999, su obra variada y sumamente original osciló siempre entre la literatura fantástica, la policial y la de ciencia ficción, con una indudable dimensión paródica, amén de sociológica. Se dio a conocer temprano, a los 26 años, con su primera obra, obra maestra si las hay: La invención de Morel, en 1940, sus diferentes colaboraciones literarias con Jorge Luis Borges aumentaron su prestigio, dentro y fuera del país, y por el conjunto de su obra, se le atribuyó el prestigioso Premio Cervantes, en 1990. Publicó El diario de la guerra del cerdo en 1969, a los 55 años, o sea que su personaje, con tal que lo identifique con él -en el momento de la redacción del diario- tendría más o menos la misma edad que nuestro Conde Polaco. Pero lo contado pasa durante una quincena de días en los meses de junio y julio, de un año que no identifica expresamente pero que sería 1943, ya que menciona las “charlas de fogón” del General Farrel20 y sus jóvenes turcos21, aludiendo claramente a su líder, el entonces coronel Perón, que en 1946 fue elegido Presidente de la Nación. Además, en 1969, año de publicación de la obra, la Argentina estaba gobernada por la dictadura del general Onganía, que en 1966 había derrocado al presidente constitucional Illía, gracias al desarrollo de organizaciones guerrilleras integradas en su mayoría por jóvenes de 20 a 30 años, o sea que este diario fingido tiene un doble contexto histórico bien definido... El personaje, Isidoro Vidal, o don Isidro, recién jubilado, vive en un cuartito de un conventillo de la Calle Las Heras, solito, pero en el cuarto contiguo vive su hijo, Isidorito. Todas las tardes se reúne con otros viejitos, más o menos de su edad para jugar al truco, pero no encaja del todo con los demás, no se siente tan viejo como ellos, y siente una fatal atracción por Nélida, la hija de una de sus vecinas, una chica de unos 25 años cuando él tiene unos 55. Una tarde, es víctima de un botellero loco22, quien sin ton ni son le tira una botella que le roza la cara y estalla en el muro vecino, al ver que le tira otra, regresa corriendo al zaguán del conventillo, donde estaba Nélida esperando a su novio. Al verlo tan asustado, entra en su habitación con él, se sienta a su lado en la cama, y le da consuelo. Pero en lugar de gozar de semejante situación deparada por el destino, se imagina que la mina lo mima porque es viejo, que lo trata como a un niño porque lo cree demasiado viejo, para sentir deseo por ella. Pues siente una enorme frustración debida a la imagen que tiene de él la joven y sobre todo a su falta de iniciativa: '' De pronto creyó que no besarla era una privación intolerable. […] Esto no me pasaba antes ( y se dijo que el comentario se le volvía habitual). […] En una situación así yo era un hombre frente a una mujer; ahora23...'' El dolor del maduro Vidal se concreta en una manifestación de bronca y de impotencia, al no poder tomar la iniciativa de la seducción con Nélida, se siente desprovisto de su potencial de hombre, el dolor de la '' privación'' y la pérdida simultánea de su autoestima se le hacen intolerables. Pese al anclaje histórico de la narración, todo resulta ser totalmente fantástico, ya que es una de las características de la prosa de Bioy -un poco como la de Borges, Kafka, Gogol o Hawthorne- el entorno de los personajes es muy familiar pero los acontecimientos rayan con lo fantástico... Esas raras cacerías de viejos en las calles de Buenos Aires, esa guerra al cerdo, porque tienen los jóvenes una imagen muy negativa de sus genitores: '' Dicen que los viejos -explicó Arévalo- son egoístas, materialistas, voraces, roñosos. Unos verdaderos chanchos24.”, nos hacen aceptar como verosímiles la matanza de un viejo a patadas en plena calle, a la vista de todos, al comienzo de la novela, y al final, la de uno de los amigos de Vidal, Néstor, pisoteado por los hinchas de Boca25, a la vista de su propio hijo... El odio a los viejos oscila entre lo repugnante y la glorificación de la juventud: '' Detrás de esta guerra contra los viejos no hay más que argumentos sentimentales a favor de la juventud26.'', los jóvenes turcos y sus agentes son totalmente odiosos27: '' - Los que provocan son agentes provocadores, pagados por los Jóvenes Turcos28-'', y tirar a un viejo desde lo alto de una tribuna de la Bombonera para pisotearlo luego, resulta ser para ellos un acto totalmente normal... Pues el diario no es amable con la vejez, a la que presenta como el lugar de lo repugnante, de lo desvaído y de la muerte. A los personajes “viejos”, incluido Vidal, les cuesta reconocerse como tales y muestran su odio y rechazo con la vejez. Algunos de ellos, como Arévalo, son merecedores de la violencia de la que son víctimas, ya que corretean a las muchachas, son egoístas y cobardes. Bioy Casares retrata a los jóvenes como violentos y descerebrados que realizan sus actos sin saber qué motivos les guían pero, dentro de la irracionalidad de la situación inserta frases alusivas a una explicación, como: “En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”, “a través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse29.'' En resumidas cuentas, los jóvenes matan a los viejos por odio a sí mismos mientras que los viejos buscan a los jóvenes por miedo a sí mismos, y por tanto, a la muerte: y “la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y … mañana vendrá a los cien… Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos30.'' Por otra parte, como ya lo anticipamos, en forma paralela a estos acontecimientos, el protagonista Vidal encontrará a una muchacha que se enamore de él, lo proteja cuando la violencia lo amenace y la guerra del cerdo terminará. En efecto, Vidal, después del episodio tragicómico del botellero loco, se refugiará en un nido de amor con su pendeja, la bonita Nélida, a la iniciativa de la chica, pero lo más sorprendente es que el protagonista -en lugar de volar en justas nupcias con su vecinita, y huir ese mundo suyo de los viejos por el cual siente una fuerte atracción y rechazo al mismo tiempo- encontrará un término medio, mitad con ella y otra mitad, con sus viejos amigos de la tertulia... Tras esa quincena trágica para los viejos, todo vuelve a encajar en el marco habitual de la rutina, el dolor ya se le acabó a Vidal, pero el lector no queda inmume, y no sólo porque se podría identificar con el final feliz: un viejo aún verde en pareja con una muchacha amorosa, sino por los diferentes enfoques posibles del diario: farsa sociopolítica y/o parábola sociológica... El jovenismo31 ensalzado por los jóvenes turcos, a fines partidarios desde luego, elevar al poder al incipiente -en aquel entonces- General Perón, comparte el escenario con la inconformidad de un viejo con su estatuto, y su voluntad enfermiza de buscar el elixir de eterna juventud con una chica joven... Por lo tanto, el lector tiene una doble imagen de la juventud, contradictoria, la del odio insensato de los jóvenes turcos por los viejos, y la de una chica enamorada de un hombre maduro, al cual mima como si fuera su propio hijo... Pasa lo mismo con su visión de la vejez, puesto que aunque lo que domina, es el malestar de Vidal frente a la juventud, lo que queda es su perfecta adaptación a su nueva vida en pareja, ''a medio tiempo'', por no romper del todo con su pasado de viejo inconforme, y no perder de vista la importancia de la amistad, menos tributaria de las circunstancias que el amor... En síntesis, aunque nuestros dos viejitos, tengan una aspiración y un dolor en común: agarrar un poco de las formas de la juventud para, en el caso del Conde polaco, erradicar su madurez de viejo, y en el de Vidal, rejuvenecerse en su fuente y quedar conforme, son muy diferentes, y si bien el segundo queda al final satisfecho conservando ambas formas, el primero sale de Argentina, para volver a Europa, con toda la frustración encima... Sus respectivos dolores y sus escrituras los llevan a metas distintas, sólo su camino del dolor -su vía crucis a por la juventud- los acerca y nos permitió relacionar por primera vez estos dos diarios y elaborar esa modesta notita... Éric Courthès eroxa_courthes@hotmail.com Issoudun, le 03/05/2014

mercredi 17 août 2011

Entrevista de Elvio Gandolfo a Ricardo Piglia aparecida en el Suplemento Radar del diario Página\12, Buenos Aires, 13 de octubre de 1996. ©


ENTREVISTA DE ELVIO GANDOLFO




Ricardo Piglia



Cuando abre la puerta es tan cortés como poco imponente: mediano, tirando a bajo, anteojos comunes de marco negro, cabello en desorden con algunas canas, peinado hacia atrás a lo Gramsci, sonrisa tanguera. Mientras subimos le comento el delirio de espejos que complica las imágenes en el vestíbulo, y dice algo sobre el constructor de ese edificio de Marcelo T. de Alvear y Ayacucho, donde trabaja. Cuando se sienta y, después de servir el té, empieza a rememorar el pasado, se transforma.
Ricardo Emilio Piglia Renzi nació en Adrogué en 1940. La familia de su madre llevaba más de una generación en la ciudad: "Era la menor de diez hijos. Mis abuelos se habían instalado hacía décadas y la familia había ido comprando todas las casas de la manzana: hasta que se convirtió en una especie de cuadra tomada". Piglia padre, en cambio, venía de una familia de ferrocarrileros: llegó del campo y consiguió trabajo en la estación local. Tranquilizado por la regularidad del sueldo británico, se casó.

Para 1977 ya hacia una década que Ricardo Piglia vivía en Buenos Aires y había publicado dos libros de cuentos (La invasión y Nombre falso). Ese año comenzó a escribir lentamente una novela, sin saber hacia dónde iba. En principio iba a ser el rescate de un hombre del XIX, Enrique Osorio. Después le agregó el epistolario entre un tío historiador y su sobrino, Emilio Renzi. Sumó a la mezcla a un censor de cartas y a un polaco, Tardewski, que conversa durante más de cien páginas con Renzi, en Concordia. Así llegó al núcleo de la novela un hipotético encuentro entre Hitler y Kafka. "En una primera versión no hablaban más de quince páginas. Después empezó a crecer. Si leés con cuidado, te das cuenta de que ni Tardowski ni yo sabíamos todavía cómo iba a ser el cruce entre Kafka y Hitler."

En su primera edición, Respiración artificial, publicada por Pomaire en 1980, tuvo inmediata repercusión en el ambiente literario. Hubo una segunda en 1985. Las ventas sostenidas de ambas, y la aparición de una tercera edición en Sudamericana (1988), demostraron haste qué punto se había convertido Piglia en alguien a quien «hay que leer».
Su siguiente novela demoró una docena de años en llegar. Se llamó La ciudad ausente (1992). Así como en Respiración artifical había cartas, aquí había cuentos, generados por una máquina inventada para sustituir a una mujer amada y muerta. La presencia de subtextos similares no está del todo ausente en la tercera novela, que Piglia está terminando actualmente.
"Estoy terminando en la segunda versión. Tiene una estructura más limpia, menos compleja que las otras dos. Renzi tiene una pequeña crisis, se encierra en una casa de Adrogué y se produce una historia con una mina que vive enfrente. Algunas sub-historias hay, porque Renzi se lleva su diario íntimo y se pone a leerlo. Lo copa la idea de leer su vida, de funcionar como una especie de detective que mira esos cuadernos para ver si puede encontrar la razón de lo que está pasando. La mina lo empieza a cargar: que se deje de joder con eso, y él se da cuenta de que está siempre en lo mismo."
Se llama Blanco nocturno por algo que tiene que ver con la guerra de Las Malvinas. "En unos diarios ingleses me enteré de que tenían unos visores infrarrojos que les permitian ver en la oscuridad. De ahí salió el título."

Desde que nació hasta los diez años, Ricardo fue un feliz hijo único. Cuando llegó su hermano Carlos, el padre, ya peronista, había pasado del ferrocarril al comercio, y lo envió a un colegio de curas. "Me mandan al frente a hacer la experiencia de ascenso: voy al colegio de las familias bien de Lomas y Adrogué. Para mí es una revolución cultural, porque salgo del potrero. Era un poco la idea de mi madre, sacarme de la calle."
La relación con la literatura es estimulada por Piglia padre él fue quien no sólo empezó a citarle de memoria sino también a leerle el Martín Fierro. En parte gracias al padre pasó de las historietas a los libros: pumas, la colección Robin Hood, la colección Tor. También fue su padre quien lo sacó del colegio de curas, cuando Perón chocó con la Iglesia. Allí se amplió el espectro de amigos, noviecitas y lecturas.
La familia ya se había asentado en Mar del Plata definitivamente, mientras Ricardo se trasladaba a La Plata primero, y después a Buenos Aires. El hermano Carlos, a quien dedicó su cuento "Mi amigo", y a quien estará dedicada Blanco nocturno, todavía vive allí: tiene una inmobiliaria cerca del puerto. La madre custodió durante un tiempo las decenas de cuadernos que conforman el Diario de Piglia. El padre enfermó y murió en 1990. "Tenía un cáncer. Yo volví de Estados Unidos y pude estar con él, por suerte. Aunque fue una experiencia fuerte, ese mes final." En ese momento Piglia decidió quedarse. Desde entonces vive en Buenos Aires.

Más que un estudio, el sitio donde estamos es un amplio departamento vivido, con rastros de años: una biblioteca de estantes metálicos, algunos cuadros y objetos dispersos, una mecedora de rafia, más de una mesa, una cocina amplia. Todo empastado por la luz media gris de las ventanas. Un pasillo conduce al baño, y a otra pieza, con más libros y la computadora. En el dormitorio hay una gran caja de cartón que contiene el famoso Diario, más algunos cuadernos sueltos cuyas tapas de hule negro están pegadas por el tiempo.
"Ahora tenemos una casa en Malabia y Gorriti, porque Beba quería tener unas plantas. Es una casa chorizo, con un patio al fondo. Para mí eso es el campo. Si fuera por mí, me movería sólo por acá. Acá están los cines, las librerias, los restaurantes."
Beba es Beba Eguia, pareja de Piglia. Antes de Beba vivió doce años con Josefina "la China" Ludmer, rigurosa ensayista literaria. En un momento se abre la puerta y Beba pasa como un ventarrón, saluda, intercambia unas palabras en código con Piglia ("Nos vemos allá, ¿no?", "Sí, sí, después vemos"), y se va. "Beba lee mucho, es traductora. Parte de lo que nos une es la literatura. Hace diez años que estamos juntos", murmura Piglia. Eso es todo lo que está dispuesto a decir acerca de su vida privada actual.
A Piglia le gusta empezar la mañana con un café fuerte, "un saque de concentración". Desde siempre le gustó ir a los bares, conversar con los amigos. "Durante años fui a La Opera. Me gustaba mucho porque me hacía recordar los restaurantes de los hoteles de pueblo. Los ventanales, el mozo que venía de lejos. Después lo cambiaron. En esta zona voy al bar de la librería Losada, o a una pizzeria bar, el Babieca, que también tiene la virtud de ser grande."
Durante décadas escribió en una pequeña Lettera, siempre la misma. Temió el salto a la computadora, pero lo asimiló rápido: "En realidad se parece más que la máquina a escribir a mano." El diario lo escribe con lapicera, en una letra que, según muestra, es horrible. Por la mañana desenchufa el teléfono y tiene cinco o seis horas libres, sin compromisos, en las que trabaja. A las cinco o las seis de la tarde sale, ve amigos, y se va a Palermo en la noche.

El año pasado Piglia elaboró el texto de una ópera con música de Gerardo Gandini, a partir de La ciudad ausente. "El eje fue la potencia de la música de Gerardo. Hice dos cosas. Concentré todo en la historia melodramática central de la novela, un poco perdida en el libro: el tipo que hace un pacto con Russo porque no puede soportar la muerte de la mina, para que construya una máquina que la eternice, sin imaginar que él va a morir y ella va a quedar prisionera. En ese núcleo se sostiene la estructura dramática. Después, en vez de poner las micronovelas escribi tres microóperas nuevas, que no están en el libro. No digo que escribí poesía, sería presuntuoso. Escribí una prosa que pudiera ser cantada. Y trabajamos todo lado a lado con Gandini."

Las dos largas tardes del reportaje lo llevaron a pensar en los ciclos de su vida. Enumera los cinco años de facultad en La Plata, la década de trabajo en las editoriales porteñas (hasta el 76), los cursos como visiting professor en Estados Unidos (del 77 al 90), "y del 90 para acá, el cine." Porque en ese período filmó cinco guiones. El primero para Héctor Babenco. "Me llamó y me dijo que quería que trabajáramos juntos sobre Prisión perpetua. El también había vivido en Mar del Plata, y lo fascinaba el personaje de Ratliff, un yanqui extraño que fue fundamental para mi formación, en los dos años que viví allí. Fuimos juntos al hotel Hermitage, y fue divertido, porque lo recordábamos maravilloso y era terrible. Parecíamos dos viejos gays: cada uno en su pieza y juntándonos para converser. La historia quedó al fin en dos bloques: como si fueran dos películas de una hora. Se llama Foolish Heart.
Después hizo una adaptación del "Diario para un cuento" de Cortázar, "para una mujer checoslovaca, que la va a filmar en castellano en Buenos Aires". Trabajó luego con El astillero de Onetti, para David Lipzyc. "Como Onetti exigía aprobar el guión, lo que me gustó fue escribirlo para él: lo leyó y le gustó". Después adaptó "El impostor" de Silvina Ocampo para María Luisa Bemberg. "Pero ella murió y me alejé de ese proyecto." Y ahora ha escrito un original, "La sonámbula", que será la ópera prima de "un pibe muy talentoso, Fernando Spiner, y sucede en Buenos Aires en el año 2010, durante los festejos del Segundo Centenario".
El último proyecto es un film policial producido por Adrián Suar: Comodines es su título tentativo. Allí Piglia se limitó a hacer el papel de "asesor argumental" exclusivamente. En los créditos figuraría como argumentista, junta a Gustavo Belatti y Mario Segade, mientras que el guión en sí lo firmarían los dos últimos. Es una historia policial, negra, con asuntos de drogas, ambientada en la época actual.
Ninguna de esas películas ha sido comenzada. Por una parte a Piglia le gustaría ver en imágenes lo que escribió. Pero, por otra, piensa: "En realidad, como laburo sería fantástico que a uno lo contrataran como guionista y las películas nunca se hicieran".

En el 55, el clima se puso espeso para don Piglia en Adrogué. Bruscamente decidió mudarse a Mar del Plata, "levantar campamento". "Detrás había una historia política, una cosa de rencores y odios barriales. Así que se fue a la aventura. Cuando llegó a Mar del Plata en seguida consiguió trabajo en seguros. Pero para mí fue un desparramo absoluto. Perdí parte de la familia, amigos, primos que eran como hermanos." En Mar del Plata pronto haría sin embargo un nuevo grupo de amigos, se conectaría con la gente del Cine Club, conocería a Ratliff, descubriría el mar. Pero los primeros días fueron terribles.
Fue entonces cuando empezó a escribir. "Me acuerdo de estar en la casa desmantelada. No habían encontrado lugar para mí en el colegio, para empezar en marzo, y me puse contentísimo. Pensaba volver solo a Adrogué, irme a vivir a la casa de mi tía Elisa. Ahí empecé a escribir el Diario, y ya no dejé de hacerlo. Ahora pienso empezar a seleccionarlo. No creo que se salve más del cinco por ciento. Pero siempre juego con la idea de un libro póstumo. Y con la teoría de que todo lo que escribí lo escribí para poder publicar después ese Diario." Luego de una pausa, mira por la ventana y agrega: "Será que cuando lo empecé no tenía vida ninguna, ni le daba la menor importancia". Y es difícil decir si está hablando con el entrevistador o consigo mismo.




Entrevista de Elvio Gandolfo a Ricardo Piglia aparecida en el Suplemento Radar del diario Página\12, Buenos Aires, 13 de octubre de 1996. ©



RICARDO PIGLIA

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