vendredi 11 juin 2010

"SEXUS VERSUS DEUS, EN LA PROSA DE ESTEBAN BEDOYA"


SEXUS VERSUS DEUS,
EN LA PROSA
DE ESTEBAN BEDOYA


Sabido es que el Sexo está en todo y que igual que el Miedo atávico a la Muerte, pábulo primitivo de las diferentes religiones, nos hace, o no nos hace, la Vida fácil y placentera, según nuestras capacidades a vencer, o no, nuestros arcaicos temores…
Vencer los tabúes también, impuestos justamente por la moral judeocristiana anticuada que sigue imperando en el Vaticano por ejemplo, castrando y frustrando a millones de personas en el mundo, que se aferran a su Dios como si fuera un Falo…
Igualito que la Sor Pascualina del sabroso relato satírico de Esteban Bedoya, El Apocalipsis según Benedicto, raptada por la “divinidad” terrenal del Papa Benedicto, viejo inquisidor ojeroso pro nazi que ni siquiera le hace caso…
A pesar de sus mimos diarios, de su obcecación delirante rayando con el fetichismo, cuando por ejemplo el viejo Papa, y el lector, la descubren parada en medio de la cocina en plena noche, husmeando las prendas íntimas del Sumo Pontífice, el Amor no se impone, no sólo por la vejez de ese viejo hombre sino por su incapacidad de Adorar otra cosa que su tótem asexuado…
Empero, la prosa de Esteban suele ser muy sexuada, en esta sátira de la Corte Pontifical tenemos en realidad el revés de su escritura, y le convendría pues a su futuro lector adentrarse más bien en otros cuentos suyos, que aunque desemboquen también en una terrible frustración, tratan del tema del Sexo con desparpajo y Humor…
Por ejemplo en el cuento siguiente, Los González Espino, Marquitos, el joven protagonista, hijo adoptivo de la familia de Agustín González, un matón durante la Dictadura argentina, -raptado también por su Ángel, San Benito de Zanzíbar-, fusiona en una unión mística casi sexuada con Él, que lo aparta de la sexualidad habitual en un adolescente y que desde luego, lo expulsa de la realidad…
Primero, le aparece Benito en sueños pero el asunto se pone más complicado cuando cree reconocerlo bajo los rasgos de Roberto, un atorrante, y le invita a tomar un café con leche con medialunas en una cafetería de Buenos Aires.
Entonces viene un diálogo grotesco en el baño , hasta donde lo persigue su joven admirador:
- “¡Pendejo marica!.. ¿Esto es lo que querés?, -le gritó con voz acatarrada, mientras le mostraba el pene que chorreaba las últimas gotas.
- ¿Así que soy tu ángel?... ¡Ponéte en cuatro que te pago las medialunas!”
Después del segundo encuentro, en el vestuario del equipo de fútbol del joven protagonista, donde el ángel de verdad lo deja mal parado al chico tumbado en el piso, por experimentar celos de su novia, el rata González empieza a investigar el caso y de su celebro secado por su falta de humanidad, sale la certidumbre de que el ángel no puede ser sino un sospechoso izquierdista. Llegado al cabo de lo que cree ser un raciocinio cierto, allanan con sus compinches la casa del párroco Ruperez, en quien don Agustín cree identificar al ángel de su hijo y lo matan sin olvidarse de chorearle unas pertenencias:
- “ Cómo es eso de que sos un ángel? –le preguntó, poniéndose de pie-. ¿A quién carajo creés que te estuviste cogiendo? ¡Ahhh… no sabés con quién te metiste..! ¡Hijo de puta!, -le gritó cuando le pateó los testículos”.
Pero como suele pasar a menudo en la prosa sexuada de Esteban Bedoya, lo mejor viene con el desenlace, don Agustín González lo lleva en el maletero de su auto al ángel de verdad al monte y le pega un tiro en la sien, luego al querer levantar el cuerpo alto y pesado de San Benito de Zanzíbar, se entera de que lo creía ser una joroba eran alas y se exclama:
- “¡Qué lo parió, el marica se disfrazó para carnaval!”
O sea que mediante una serie de sustituciones: Benito-Atorrante-Ruperez-Benedicto, el autor logra a la vez denunciar con humor certero, -no tan común en este género,- los métodos violentos de las aves de presa de represores argentinos, -que acechaban a sus víctimas en las tristemente famosas Ford Falcón-, humanizar al ángel y sobre todo nos remite al primer relato, al Papa asexuado también y condenado a sufrir el desamor por su supuesta divinidad…
Hay también otra clave importante, en esa dicotomía recurrente entre Dios y Sexo, en la obra de Esteban, la del deseo que nunca se puede consumir, en el libro de cuentos La fosa de los osos , en especial en “El plantador de amapolas”.


De hecho, el personaje-narrador, “Prakash el elegido”, alejado de la casi divina primera mujer del Maharajá: Suchitra, no puede alcanzar el objeto de su deseo, vislumbrado en un sueño, sino recurriendo a su elefante, llamado de forma cómica y super sexuada : “Hazme feliz” y dialogando con él.
El soñador de amapolas termina solito, sin cumplir con su fantasía, en la cumbre de una loma, plantando y cosechando las florcitas coloradas , ignorado por la Princesa y por Dios, a la espera de un día mejor, como lo recalca el autor en el poema que encabeza de exergo este precioso cuento oriental:
“Son hombres olvidados de Nepal, Barrio San Pedro y Florencio Varela, sur del Gran Buenos Aires. Algún día, la suerte les puede bendecir, tal vez el señor les conceda un animal para el sustento y para transportar sus sueños ”.
Podría mencionar otros ejemplos de esta rica oposición y superposición a la vez entre lo divino y lo sexuado, en “Adán, el exterminador de serpientes y su pacto con la muerte”. En el prostíbulo “El Paraíso” donde se desarrolla la acción, metamorfoseado por el especial humor de Esteban en “predio bíblico”, si bien el joven protagonista, Adán, favorito quinceañero de una Madama entrada en años: la Catalina Pikova, termina cogiéndola a la vieja, no hay amor. Aunque ella le confiara algunos de sus secretos de vieja experta en sexo y él explorase rincones de su cuerpo, ya sabe de antemano el personaje que una mujer como ella “¡… no podría satisfacer los deseos [de Amor Verdadero] de alguien como [él]!”
Tampoco lo hay para Miguel Podestá, un inmigrante paraguayo que vive en Berna , en el cuento epónimo del libro “La fosa de los osos”. El protagonista se enamora perdidamente de una joven estudiante suiza: Vivianne, -de labios carnosos a lo Mike Jagger, dice el narrador-, que enloquece a los tres hombres maduros de la pensión céntrica donde conviven todos. En efecto, la mina es divina, va a la uni en bici y deja admirar siempre sus largas piernas de helvecia trigueña.
A pesar del culto a su culito hermoso que le rinden los tres cincuentenarios y de su aparente inocencia, termina asesinada en un coito zoofílico, cogida por un oso cuyas garras dejan huellas imborrables en su adorable cintura…

En un desenlace que otra vez lo deja jadeante al lector, Podestá, enloquecido por su impotencia y enceguecido por una súbita rabia, se echa a la fosa de los osos del zoológico municipal, para castigar al temible culpable y termina en coma con el cráneo aplastado por una piedra que le tira el animal . Su hazaña se interpreta como un intento de suicidio y deja a la justicia con la certeza de que él, “el extranjero”, era el culpable y de que el animal fetiche de los berneses, su temido oso heráldico, pese a las evidencias clínicas, no tenía nada que ver con ello…
Tres poderosas lecciones podemos sacar de todo lo expuesto anteriormente: uno, lo divino y lo sexuado no pueden convivir en lo terrenal, dos, la fuerza del deseo si basta para divinizar la hermosura a veces fatal de ciertas mujeres, no alcanza para concretar las pulsiones, y tres, no hay Amor en estas súper oposiciones entre Dios y el Sexo, sino una inmensa frustración que lo desexualiza al hombre arrebatado por la mujer inasible…
Eric Courthès,
Pirae, Tahití,
10 de junio de 2010

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